Gare du Nord

 9:23 pm marcaba el reloj que le había regalado su padre. Llegó corriendo a la Gare du Nord, una de las estaciones de tren más céntricas de París, pues de lejos vió como éste se acercaba. Nunca solía llegar sobre la hora. Su ritual nocturno consistía en cerrar el quiosco de periódicos, o puesto de canillita, como solía llamarse en su ciudad natal, a eso de las 9 pm para llegar 9:10 a la estación y esperar 10 minutos leyendo el periódico, o alguno de los poemarios que guardaba en la repisa de su departamento. Pero esa noche fue distinta. Minutos antes sintió el bolsillo de su chaqueta vibrar. Era Ángeles, su actual novia. En realidad no habían llegado a tal nivel de compromiso, al menos no todavía. Lo llamaba para invitarlo a cenar a su departamento. Tras decirle que sí, comenzó a caminar por la ciudad en busca de la florería más cercana. La que solía frecuentar estaba cerrada, por lo que se dirigió a la Rue du Faubourg-Poissonnière, donde se encontraba la segunda en su lista de opciones. Tuvo suerte. Le pidió a la dueña un ramo de nardos, ya que días antes Ángeles le había comentado que son sus flores preferidas, y salió rápidamente del local. Miró su reloj, eran las 9:16 pm. Mientras caminaba por las calles húmedas e iluminadas de París rogaba para llegar a tiempo a la estación. Junto a él subieron varias personas, entre ellas una pareja de ancianos, un hombre de traje con su maletín y una mujer con un canasto de flores y un cartel que decía “llévese su ramo de flores por 3€”. Mientras caminaba por los pasillos se lamentaba. No solo se hubiera ahorrado la búsqueda, sino que también hubiese podido colaborar con esa mujer. El tren iba lleno como de costumbre. Mientras buscaba un asiento pensaba en las personas a su alrededor y lo disímiles que se veían. Desde hombres con traje que seguramente volvían a sus casas tras una jornada laboral agotadora, pasando por adolescentes con el cabello de colores y un estilo que podría calificarse de moderno y extravagante y otros tantos que leían o estaban inmersos en la música que entraba por sus auriculares, hasta ancianos leyendo el periódico o contándose qué tal había transcurrido su día. En el primer vagón había un hombre de aproximadamente 40 años tocando un saxofón. A los parisinos les gusta el jazz. El segundo permanecía en silencio, pese a que también estaba lleno. En el tercero habían 2 chicos, uno que hacía beatbox, una forma de sonido vocal que se basa en la capacidad de producir ritmos de cualquier tipo con el uso de la boca, y el otro que rimaba sobre ella mientras pedía que los espectadores lo inspiraran con palabras aleatorias. Finalmente encontró un asiento en el cuarto vagón. Optó por sentarse del lado de la ventana, su favorito al momento de viajar. Mientras miraba el tránsito latente de la ciudad pensaba en su pasado. Recordó la razón por la que, 3 años atrás, había decidido mudarse de su pueblo a la “ciudad de la luz”. Se dijo a sí mismo que estaba cansado de la tensión, del hastío y de la queja que caracterizaba a aquella ciudad de origen. Estaba cansado de la quietud, de que absolutamente todos los días fueran parecidos entre sí. Estaba cansado del mundo de la monogamia forzada, del mundo de la obligación y de la mirada negativa al disfrute. Estaba cansado de la hipocresía de la gente, del chisme y de las miradas juzgadoras y portadoras de censura. Quería fugarse de todo ello y vivir en una ciudad donde reine el placer, donde a la gente no le importe lo que llevas puesto y donde el arte inunde las calles. ¿Y qué mejor lugar que París para concretar todas sus aventuras?  Es cierto que a veces extrañaba la calidez de la gente. Paris de noche lo hacía sentir diminuto y por momentos le impregnaba la idea de volver. Pero bastaba pensar en todo lo anterior para convencerse de que su lugar en el mundo estaba allí, en cada bar, en cada librería y también en cada florería de París. Mira nuevamente el reloj que su padre le había regalado antes de irse. Eran las 9:39 pm. Faltan dos paradas para llegar y entregarle a Ángeles el ramo de nardos que tanto buscó. Nunca se sintió tan vivo como en ese momento.






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