Juliana Burgos

Advertencia: Antes de leer este cuento es necesario que primero lean "La Intrusa", cuento de Jorge Luis Borges porque sino no van a entenderlo, ya que el cuento que escribí está basado en ese, solo que contado desde la voz de la mujer. Está en Internet. Dale wacho no sean pajeros y vayan a leerlo no sean tan ansiosos culiado.

La historia narrada a continuación no es una mera historia contada por terceros. No, es el vivo relato de Juliana Burgos; aquella mujer que durante toda su vida fue relegada a un segundo plano, pero que hoy está preparada para ser la protagonista de la historia sin que nadie la pueda silenciar. 

Dicen que la infancia es la etapa más feliz de la vida, pero les voy a ser sincera, la mía no fue así. Durante toda mi niñez mi familia y yo estuvimos sumidos en la pobreza. Yo vivía con mis padres en un barrio muy pobre, aunque la presencia de ambos la sentí muy lejana ya que mi padre trabajaba todo el día para traernos la comida diaria, y mi madre, que sufría depresión, no salía de la cama. 

Ya en mi adolescencia, cuándo tenía 18 años, iba caminando por las calles de mi barrio cuando de repente y sin previo aviso dos hombres bajaron de un auto y me agarraron. Yo no sabía a dónde me llevaban, hasta que llegamos a aquel lugar... Era un prostíbulo. Me hicieron bajar a la fuerza del auto y cuando entramos vi a muchas chicas distribuidas en distintas piezas. Algunas llorando, otras gritando, otras me miraban llegar y no disimulaban su tristeza, otras simplemente estaban inconscientes. Mis meses allí fueron varios, aunque cada día que pasaba para mí era un año. Los primeros días, como me resistía fuertemente a hacer lo que ellos me decían, me drogaban para hacer conmigo lo que querían.

Una noche llegó al prostíbulo un tal Cristian Nilsen, era alto y de melena rojiza. Sacó turno para estar conmigo, así que esa noche estuvimos juntos. Pasaron algunos días y Cristian volvió al prostíbulo para verme de nuevo. Las visitas se repitieron varias veces, y en una de ellas Cristian me confesó que estaba enamorado de mí. Así fue como un día llegó nuevamente, pero en vez de acercarse a dónde yo estaba, escuché que tiró algunas monedas en el tirador y me llevó a su casa.

Llegamos y me presentó a su hermano Eduardo, que por cierto también era muy alto y de cabellos rojizos. Por eso en el barrio los llamaban "los colorados".

Los primeros días no me daba cuenta de cómo me trataba Cristian. En realidad si lo sabía, sólo que le restaba importancia por lo cegada que estaba con él. No, no es que estuviera enamorada de Cristian, de hecho nunca lo estuve. Lo que sucedía es que estaba tan agradecida con él que cada vez que me pedía, con ese tono mandón que lo caracterizaba, que limpiara la casa, que le ordenara la ropa o le hiciera la comida, yo le obedecía sumisamente. Pues claro, yo sentía que ese hombre era mi salvador. "Ese hombre me rescató de ese mundo horrible en el que estaba sumergida, ¿cómo no voy a obedecerle?, es lo mínimo que puedo hacer después de lo que él hizo por mí", es lo que yo pensaba. Y es que él mismo usaba esos argumentos para justificar lo mal que me trataba.

Parece ser que un día Cristian se enteró que Eduardo estaba enamorado de mí, por lo que una noche Cristian le dijo: "Yo me voy a una farra en lo de Farias. Ahí la tenes a la Juliana; si la querés, usala". Apenas terminó la frase yo lo miré con cara rara, mitad sorpresa mitad indignación. Porque claro, a mí nunca me preguntaron si yo quería estar con él. Porque qué iba a importar lo que una mujer sienta y desee, que iba a importar lo que una sirvienta tenga para decir. Para ellos yo no existía, no era una persona con deseos y sentimientos, solo era un mero objeto de uso, el cual únicamente debía responder a sus deseos sexuales sin importar nada más. 

Al principio parecía estar todo bien entre los hermanos Nilsen, pero a medida que pasaban los días y las semanas ambos comenzaron a celarse y a pelearse por mí. Pero no lo hacían porque me amasen, sino por ver quién me poseía. Me sentía como la manzana de la discordia, la que estaba en el medio y causaba una disputa entre los hermanos.

Una tarde me pidieron que sacara un par de sillas al primer patio y que no me acercara a dónde estaban porque necesitaban hablar. Yo me fuí a dormir la siesta porque ya sabía que sus charlas siempre son largas, ya estaba acostumbrada a esas reuniones en las que toman decisiones sin jamás tenerme en cuenta. 

Luego de un buen rato me despertaron y me dijeron que armara una bolsa con todo lo que tenía ya que íbamos a dar un paseo. Cristian salió al patio para preparar unas cosas en la carreta y yo fui al baño porque me sentía descompuesta. Allí comencé a vomitar, y parece ser que Eduardo, que estaba adentro de la casa, me escuchó e inmediatamente abrió la puerta del baño. 

- ¿Qué te pasa?
- Nada -le dije mientras tocaba mi panza y seguía vomitando.
- ¿Cómo que nada? ¿Acaso estás embarazada?
- *Silencio*
- Te hice una pregunta. ¿Estás embarazada? -me preguntó intentando no gritar para no levantar sospechas en Cristian.
- Emmmm.... -suspiré- creo que sí -le dije con miedo a ver su reacción.

Para mi sorpresa, se retiró sin responderme.

Después de un rato salí del baño y me pidieron que me subiera a la carreta. No sabía a dónde íbamos, aunque después de todo lo ocurrido sospechaba que fuéramos a dar un paseo. El viaje fue largo y el recorrido se me hacía muy conocido, no se por qué. A eso de las once de la noche llegamos al lugar. Era un prostíbulo, el mismo del que Cristian me habían sacado. Llorando les pregunté qué hacíamos ahí. Me hicieron entrar por la fuerza, a pesar de mis torpes resistencias. Ahí me vendieron a la madama. Mientras yo seguía llorando vi que tiraron monedas en el tirador. Antes de irse escuché que Eduardo le dijo a Cristian que lo espere en la carreta, que iba a ir al baño. Solo supe eso ya que la patrona me llevó a una de las piezas. 

Pasadas unas horas se acercó una chica a dónde yo estaba y me dijo:

- ¿Estás preparada? 
- ¿Para qué? -le pregunté.
- ¿Como para qué? Yo soy la curandera, tenemos que abortar. 
- ¿Qué? No, perdone pero se ha equivocado. Pregunte en las otras habitaciones. 
- Usted es Juliana Burgos, ¿no?
- Si, lo soy.
- Entonces no me he equivocado. La patrona me dijo que hace unas horas un joven, Eduardo creo que se llamaba, le pidió que consiguiera una curandera para ayudarte a abortar lo antes posible para evitar que un tal Cristian se entere, ya que según lo que entendí, no quiere que su buena relación con él se eche a perder. 
- No, ¡no puede ser! No les importa nada, ni yo ni mi bebé. Nunca les importé. No pienso abortar a mi bebé -le dije con un llanto que se podía escuchar en todo el prostíbulo. 
- ¿De quién es el bebé?
- No lo sé, pero de uno de ellos dos es -le dije angustiada.
- Perdón Juliana, pensé que ya lo sabías. Si querés te dejo un rato a solas para que te relajes, pero vamos a tener que hacerlo porque Eduardo ya le pagó a la patrona. 

Después de unas horas volvió, y aunque me cueste muchísimo decirlo, lo hicimos. El me obligó y eso jamás se lo podré perdonar. Podía hacerme cualquier cosa pero justo eso no.

Luego de unas semanas, cuando Cristian vino decidido a llevarme nuevamente a su casa, debido a que los hermanos habían vuelto a visitarme repetidas veces al prostíbulo, escuché que Cristian le preguntó a la patrona:

- ¿Cómo estuvo todo durante este tiempo?
- Muy bien gracias a Dios. Gracias a la curandera el aborto salió bien, Juliana no tuvo infecciones ni nada.
- ¿Aborto? ¿De qué está hablando?
- Me olvidé que usted no lo sabía, metí la pata.
- ¿Así que Juliana estaba embarazada?
- Si. Esto no lo tendría que haber dicho.
- Dígame, ¿de quién?
- No, eso si que no lo sé. Perdone

En ese momento me quería morir pero antes matar a esa vieja metida. ¿Quién se creía para andar contando cosas privadas?

No sabía lo que ahora vendría. Cristian se me acercó y me dijo que me subiera a la carreta, que me iba a llevar de vuelta a casa. En todo el viaje no pronunció ni una sola palabra, era evidente que estaba intentando disimular. Mi miedo se acrecentaba aún más cada vez que veía que se hacía de noche y el camino no se parecía al habitual. Finalmente llegamos. Pero no a la casa, sino al campo. Y allí ocurrió lo que ya saben. Porque siempre fue mejor culparme a mi antes que estropear su relación de hermanos. Total yo nunca existí.

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