Etéreo

 Sus párpados tardan un poco más de lo usual en abrirse. Se sienten pesados, como cuando su madre la despierta temprano para ir a la escuela, aunque con una diferencia. Ésta no parece ser su habitación. Tampoco lleva puesto su pijama favorito. No, ese tiene la estampa de un gato de peluche, lo recuerda muy bien. Esta vez parece que se hubiera ido a la cama ya lista para al día siguiente asistir a un bautismo, a un casamiento, o a alguna otra ceremonia religiosa. Lleva un vestido blanco que le llega a sus rodillas. Es un vestido delicado con algunos detalles de encaje en el cuello. Mira hacia su costado y encuentra un libro de tapa azul apoyado en la mesa de luz. La portada es sencilla, únicamente dice “100 cuentos” y más abajo contiene una recomendación a que el lector lea uno por día. Lo agarra con sus manos y nota un papel que sobresale dentro del mismo. Está marcado en el cuento número 11. No recuerda que su madre le haya leído ese libro, aunque tampoco suele prestarle atención a esos detalles. Ella simplemente se acuesta y espera a que su madre elija alguno de los tantos que hay en su repisa. Observa todos los rincones de la habitación en busca de algún objeto que le resulte familiar, pero la indagación resulta insatisfactoria. Con los pies descalzos apoyados en la cerámica fría se dirige hacia la puerta. Tanto hacia la izquierda como hacia la derecha el ambiente es el mismo. Un largo pasillo con grandes ventanales y paredes tan blancas que parecen recién pintadas. Lo único que desea en este momento es encontrar a alguien para preguntarle dónde está el baño. Sigue caminando pero el lugar parece estar vacío. Hay puertas cerradas a los costados pero, a pesar de su curiosidad innata, su miedo le impide abrirlas. Llegó al final del pasillo y no sabe hacia dónde ir. “¿Izquierda o derecha?” se dice a sí misma y se decide por la segunda opción. Tras dar dos pasos sonríe aliviada al descubrir que el baño se encuentra justo a su izquierda. Entra y lo primero en ver es su propio cuerpo, pues un espejo enorme cubre la pared. Permaneció un rato observando su cabello castaño, el que lleva un poco ondulado. Se ve igual que siempre, sin embargo algo se siente distinto. Su cuerpo se siente etéreo y volátil, como si cada paso que diera no le significara esfuerzo alguno. Minutos después, al salir del baño, escucha personas hablando. Tras permanecer inmóvil por un instante, logra identificar que las voces provienen desde su derecha. Mientras camina las siente cada vez más cerca. Al llegar al origen se asoma con cuidado por la puerta, aunque ninguno de los presentes parece percatarse de ello. Eran tres personas, dos hombres y una mujer. Tras la pared escucha que hablan sobre una señora, la cual todos parecen conocer. Dicen estar preocupados por ella. Dicen que es momento de ir a verla. Inmediatamente la niña se esconde detrás de un mostrador y las tres personas salen por la puerta. La curiosidad la induce a seguirlos. Con pasos suaves sigue atentamente el trayecto, el mismo que había hecho minutos antes de ir al baño. Metros atrás observa cómo los tres ingresan a una habitación, por lo que rápidamente se inventa una excusa para darles cuando entre. Sin embargo, y para su sorpresa, ninguno advierte su presencia. Paralizada frente a la cama observa cómo en ella se encuentra acostada una mujer mayor, con los ojos cerrados y unos cables transparentes que transportan un líquido blanquecino hacia su cuerpo. La mujer, que parece tener unos 50 años, se sienta junto a la cama y toma de la mesa de luz un libro de tapa azul. Comienza a leerle, pero el cuerpo de la anciana parece no reaccionar ante ningún estímulo. Mientras la mujer lee, la niña siente su cuerpo elevarse poco a poco. Siente el entorno desdibujarse lentamente, como cuando los vidrios del baño se empañan mientras se baña. De repente comienza a escuchar un sonido que poco a poco sube su volumen. Es un pitido discontinuo pero que cada vez se vuelve más agudo y frecuente. Pi….. pi….. pi…. pi…. pi… pi… pi.. pi.. pi.. pi.. pi

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